lunes, 28 de enero de 2008

Memorias de "Marko"



Cuando era niño (y probablemente lo siga siendo porque aun no e perdido la capacidad de asombrarme y de mirar, a veces, la vida con los ojos abiertos de par en par) yo creía que la raya del horizonte era una ranura donde, todos los crepúsculos, el sol ponía una inmensa moneda de oro en la inmensa alcancía del mar. ¡ Y calculaba cuanto debía pesar la tierra con tantos millones y millones de monedas en su interior..! Y soñaba con trepar a la cumbre de los volcanes desde donde, sin duda, podría ver uno de aquellos fantásticos ahorros en el centro del planeta. Pero vino un idiota, el idiota concreto, ese idiota que a todos se nos cruza alguna vez, como un gato negro en el camino de la vida, y no solo me explicó que no solo existían los horizontes, que las nubes no eran barcos de algodón a la deriva en el infinito, y que la luna no era un gran farol preventivo, puesto allí para evitar que de noche no nos tropezara algún planeta en la oscuridad sino que, además, tubo la conchudes de enseñarme la lógica de lo razonable,

A partir de entonces fue que me propuse no ser jamás el idiota concreto de nadie. Digo, el idiota destructor de mitos, el hombre capas de asesinar un sueño, una ilusión ajena. Las cosas tienen la forma, el color, la dimensión y la trascendencia que yo les doy, para mi propio consumo, sino que me importe en absoluto como pueden ser ellas en s real realidad intrínseca. Pienso que todos tienen también ese derecho, aunque son muy pocos los que se atreven a ejercerlo por temor a “los demás” o a cualquiera de los fantasmas creados por la mediocridad. Cada quien tiene que vivir su propia poesía a su manera, dejando que los idiotas se midan entre ellos, con las reglitas exactas y miopes de sus formulas cojudas.

Me e animado a empezar a escribirte hoy, y de repente sentí como cierto mecanismo oxidado, cierto engrane sin aceitar, se revolvía en mi cerebro, y recordé, demasiado bien, lo que decía mi lindo profesor (luego recordé que nada de lindo tenia el desgraciado cuando nos agarraba de reglasos en las manos) “al cerebro se le domestica, se le educa, se le instruye”, y a veces me sentaba a imaginar ¿como seria un colegio para cerebros? y como se le enseña honradamente a ganarse la circulación sanguínea de cada día, con el sudor de sus neuronas. Pero también recuerdo la soledad, mas que nada, porque el colegio, a pesar de ser educativo en el sentido personal, y (al menos para mi) instructivo en aquel sentido donde te enseñan que los mártires solo son tipos con mala pata, pues empecé a creer que era yo quien no encajaba. Cuando luego fui mas grande y empecé a estar seguro que los héroes son esos tipos que se cagan de miedo y no pueden moverse, asistía a un instituto, fue en esos momentos en la vida donde uno empieza a comprender todo y se deleita sabiendo mucho de todo y dándose cuenta de la realidad y lo real, y termine de convencerme que si, que posiblemente tenga una manera especial y particular de ver las cosas. Fue en ese momento donde ocurrió un incidente, dicen que macabro, yo digo que real, alguien se ahorcó. Quizás ocurra que donde el prójimo ve un ahorcado, yo vea “un péndulo en el reloj de la muerte” o “un pescado, recién sacado de la vida” y piense que “la horca es un instrumento de cuerda” observando que “al ahorcado se le hace un nudo en la garganta” y llegando a la conclusión de que “es mejor no hablar del ahorcado en casa de fabricante de sogas”. Lo evidente es que yo veo cualquier cosa menos un ahorcado. Y esto no significa que tenga nada personal con los ahorcados, por el contrario, me gustan porque “todos ellos mueren sacando la lengua a medio mundo”. y medio mundo se escandalizó al saber mis opiniones, Charlie García en una canción preciosa, me termino de convencer que “los que no pueden mas se van”, y dejé de pensar que uno es demasiado cobarde para quitarse la vida, al contrario, es alguien que cumplió su meta.

Cosas como aquellas rodeadas siempre de extrañeza, asombro, y de miradas raras, terminaban siempre en una severa justificación para empezar a creer que algo raro funciona en mi, cosa que me llevo a pensar que lo malo de la humanidad es que esta llena de gente. Y la curiosidad no se le perdona a nadie… lo cual me hizo comprender que yo no soy nadie. Fue entonces que empecé a entender cuando uno gana su nombre y ahí fue cuando se me desato quizá el primer momento de escribir. Hice esto, espero que te guste cariño.

Creo que pocos niños habrán odiado tanto como yo los libros. Eran, además, objeto de mi terror. Cuando se acercaba la Navidad o el día de mi cumpleaños, empezaba a vivir el terrible desasosiego que representaba imaginarme a algún amigo de mis padres o una tía que nunca falta, llegando a visitarme con una sonrisa en los labios y un libro de Julio Verne, por ejemplo, en las manos. Era mi regalo y tenia que agradecérselo, cosa que siempre hice, por no arruinarle la fiesta a los demás, en lo cual había una gran injusticia, creo yo, porque la fiesta era para mí, para que la gente me dejara feliz con un regalito, y en cambio a mi me dejaban profundamente infeliz y, lo que es peor, con la obligación de deshacerme en agradecimientos para que el aguafiestas de turno pudiera despedirse tan satisfecho y sonriente como llegó.

El colmo fue cuando asesinaron al padre de uno de los amigos más queridos que tuve en mi colegio para niñitos peruanos con cuatro bancas y cuenta bancaria en el extranjero, por decirlo de alguna manera. La noticia me puso en un estado de sufrimiento tal, que sólo podría atribuírselo a un niño pobre, dentro de la escala de valores en la que iba siendo educado, por lo que se optó por ponerme en cuarentena hasta que terminara de sufrir de esa manera tan espantosa. Me metieron a la cama y me mandaron a una de esas tías que siempre está al alcance de la mano cuando ocurre alguna desgracia, y a la pobre no se le ocurrió nada menos que traerme un libro de un tal D'Amicis, creo, escribió para que los niños lloraran de una vez por todas, también creo.
Regresé al colegio con el corazón hecho pedazos, por lo cual ahora me parece recordar que el libro se llamaba Corazón. Y cuando llegó la primera comunión y, con ella, la primera confesión que la precede, el primer pecado que le solté a un curita norteamericano preparado sólo para confesión de niños (a juzgar por el lío que se le hizo al pobre tener que juzgar divinamente y con penitencia, además, un pecado de niño tan complejo), fue que, por culpa de un libro, yo me había olvidado de un crimen y de mi huérfano amigo y, a pesar de los remordimientos y del combate interior con el demonio, había terminado llorando como loco por un personaje de esos que no existen, padre, porque los llaman de ficción.
-¿Cómo fue el combate con el demonio? -me preguntó el pobre curita totalmente desbordado por mi confesión.
-Fue debajo de la sábana, padre, para que no me viera el demonio.
-¡Para que no te viera quién!
-El demonio, padre. Es una tía vieja que mi papá llama solterona y que según he oído decir siempre aparece cuando algo malo sucede o está a punto de suceder. Yo me escondí bajo la sábana para que ella no se diera cuenta de que había cambiado el llanto de mi amigo por el del libro.

El padrecito me dio la absolución lo más rápido que pudo, para que no me fuera a arrancar con otro pecado tan raro, y logré hacer una primera comunión bastante tembleque. Años después me enteré por mi madre que el curita la había convocado inmediatamente después de mi extraña confesión, y que le había dado una opinión bastante norteamericana y simplista de mi persona, sin duda alguna porque era de Texas y tenía un acento horripilante. Según mi madre, el curita le dijo que yo había nacido muy poco competitivo, que no había en mí el más mínimo asomo de líder nato, y que si no me educaban de una manera menos sensible podía llegar incluso a convertirme en lo que en la tierra de Washington, Jefferson y John Wayne, se llamaba un perdedor nato. Mis padres decidieron cambiarme inmediatamente a un colegio sin cuenta bancaria en el extranjero, porque un gula espiritual con ese acento podría arruinar para toda la vida mi formación.
Con los años se logró que mejorara mi aceptación comunicativa, pero mi problema con los libros no se resolvió hasta que llegué al penúltimo año de secundaria. Un profesor, que siempre tenía razón, porque era el más loco de todos, en el disparatado y anacrónico refrito reclusorio que era aquel colegio, nos puso en fila a todos, un día, y nos empezó a decir qué carrera debíamos seguir y cuál era la vocación de cada uno y, también, quiénes eran los que ahí no tenían vocación alguna y quiénes, a pesar de tener vocación, debían abandonar toda tentativa de ingreso a una Universidad, porque a la entrada de la Universidad- de Salamanca, en España, hay un letrero que dice: "Lo que natura no da, Salamanca no lo presta". Un buen porcentaje de alumnos entró en esta categoría, por llamarla de alguna manera, pero, sin duda, el que se llevó la mayor sorpresa fui yo, cuando me dijo que iba a ser escritor o que, mejor dicho, ya lo era. Le pedí una cita especial, porque seguía considerando que mi odio por los libros era algo muy especial, y entonces, por fin, a fuerza de analizar y analizar mil recuerdos, logramos dar con la clave del problema.
Según él, lo que me había ocurrido era que, desde niño, a punta de regalarme libros para niños, me habían interrumpido constantemente mi propia creación literaria de la vida. En efecto, recordé, y así se lo dije, que de niño yo me pasaba horas y horas tumbado en una cama, como quien se va a quedar así para siempre, y construyendo mis propias historias, muy tristes a veces, muy alegres otras, pues en ellas participaban mis amigos más queridos (y también mis enemigos acérrimos, por eso de la maldad infantil), y que yo con eso era capaz de llorar y reír solito, de llorar a mares y reírme a carcajadas, cosa que preocupaba terriblemente a mis padres. "Ahí está otra vez el chico ese haciendo unos ruidos rarísimos sobre la cama", era una frase que a menudo les oí decir. El profesor me dijo que eso era, precisamente, literatura, pura literatura, que no es lo mismo que literatura pura, y que mi odio a los libros se debía a que, de pronto, un objeto real, un libro de cuya realidad yo no necesitaba para nada en ese momento, había venido a interrumpir mi realidad literaria.
En ese mismo instante, recuerdo, se me aclaró aquel problema que, aterrado, había creído ser un grave pecado cometido justo antes de mi primera comunión. Aquel pecado que tanto espantó al curita norteamericano y sobre el cual dio una explicación que, según mi madre, tomando su café de las cinco y leyendo, sólo podía compararse con su acento tejano.
Claro, aquel libro lo había tenido que escuchar (los otros, generalmente, los arrojaba a la basura). Y ahora que lo recuerdo y lo entiendo todo, lo había tenido que escuchar mientras yo estaba recreando, en forma personalizado, o sea necesaria, el asesinato del padre de mi excelente amigo de infancia. Me encontraba, seguro, muy al comienzo de una historia que iba a imaginar en el lejano Oeste y muy triste, particularmente dura y triste puesto que se trataba de ese amigo y ese colegio. Y cuando la lectura de mi tía, cogiéndome desprevenido y desarmado, por lo poco elaborada que estaba aún mi narración, impuso la tristeza del libro sobre la mía, yo viví aquello como una cruel traición a un amigo. Y ese fue el pecado que le llevé al curita tejano.
Desde entonces, desde que dejé de leer libros que otros me daban, empecé a gozar y Dios sabe cuánto me ayuda hoy la literatura de los demás en la elaboración de mis propias ficciones. Cuando escribo, en efecto, es cuando más leo...


7 comentarios:

Anónimo dijo...

Linda la historia , esta buena la pagina, espero ver más.

Anónimo dijo...

Muy lindo!!! me gusto.

Anónimo dijo...

ta bueno.

Anónimo dijo...

me gusto y la canción tambien estubo buena de donde es el grupo?

Anónimo dijo...

fa, cuando me enteré que lo había escrito otra persona, no sabés, uuuu una mentira más, en sumatoria este chico era la mentira encarnada, personificada. fue penoso enterarme de una mentira más, pero también me dio gracia, pq era una de las cosas que me gustaba (que esacribiera) che, cada loco se encuentra en el mundo.

solackri dijo...

jajaja si es un fraude lamentablemente no puedo creer que tubo el descaro de decir que fue él , el que lo escribió , viste te asegure que yo lo había leído , el verdadero autor es Alfredo Bryce Echeñique, y si llegas a leer esto Marko , me das pena , te dije que me gustaba leer y al leerlo varias veces me acorde del cuento , que pena que caíste tan bajo y engañaste a mi amiga.

El Autor dijo...

El Escrito esta Muy bueno, perooooo le recuerdo que le falto colocar de donde tomo parte del texto que inserto en él...... consulta a Alfredo Bryce Echeñique y su ensayo. Cómo y Por Qué Odié los Libros para Niños... o consulta mi blog: http://leeremos.blogspot.com/2007/04/cmo-y-por-qu-odi-los-libros-para-nios.html.... Ahi le doy créditos a los reales autores de los textos que publico.
En conclusión hay que dar Crédito a los Verdaderos Autores

Blogs amigos